sábado, 30 de julio de 2011

El amontonamiento.

amontonamiento. Del lat. amontonatus.


1. (psi) Dícese de un estado peculiar de la conciencia que suele aparecer
entre las 19.00 y las 22.00 de la noche.

2. (zoo) Dícese de un ave zancuda cuya picadura produce la aparición 
de determinadas erupciones cutáneas con efectos peculiares en el ánimo de la
víctima. El amontonamiento selecciona escrupulosamente a su víctima,
la cual, debe de reunir ciertas cualidades imprescindibles.


Un buen amontonado, se caracteriza por ser proclive a ciertas sacudidas
repentinas del ánimo, así como por ejercer con gran talento
la libre asociación de conceptos contradictorios. Pero un buen
amontonado, tiene la admirable destreza de convertir lo antagónico
en complementario.


 Es decir, que en esos momentos en los que
el amontonamiento ronda a la presa, puede servir a su propósito,
tanto la posibilidad de que al hijo de la vecina de abajo le hayan
hecho un contrato mejor que al mío, como que a mi hermana se
le ocurra comer ostras en Madrid. De repente, estos hechos aparentemente
inconexos para el profano, etablecen, en el contexto
del amontonamiento, una relación de interdependencia firmemente
establecida en el cerebro del amontonado, que se caracteriza
por un estado de conciencia en expansión.


El amontonado está permanentemente en alerta, ante la posible
aparición de un candidato a culpable, que después añadir a su
colección. Es además, un gran detector de las injusticias de los hombres
y puede predecir las innumerables catástrofes –de diferentes
magnitudes y características– que amenazan a la humanidad,
en general, pero el amontonamiento, también nos augura,
a cada uno individualmente, un oscuro destino, producto de las
corrupciones personales a las que hemos sucumbido cada uno de
los seres que poblamos el planeta. Tenga cuidado, el amontonamiento
es un estado peculiar de la conciencia, pero es también un
temible depredador.

Los primeros achaques sintomáticos de la picadura del amontonamiento,
provocan en el amontonado un estado de incertidumbre,
un cierto malestar, cuya primera causa es el desconocimiento
de los motivos de ese mismo malestar. Algo que mi abuela definiría
como: “No estoy mucha cosa”.


Un síntoma de mayor gravedad
puede consistir en que uno se descubra a sí mismo en medio de
un largo suspiro, que incluye un :”Ay, Dios...” y una vez exhalado
todo el aire, se retoma el enunciado: “llévame pronto...” Es importante
pronunciar esta parte con un cierto desdén hacia cualquiera
que nos acompañe, como mirando hacia un punto en el infinito.

La segunda fase del amontonamiento, se caracteriza por la progresiva
adquisición de certezas absolutas. Comienza cuando,
como por un golpe de ingenio, uno empieza a depejar las “x” y las
“y” que producían esa incertidumbre tan incómoda de la primera
fase de los síntomas. Poco a poco, se van desvaneciendo las sombras
mientras que el amontonado, va colocando
todo en su sitio y además, encaja. Pero la verdad, es que estas
evidencias de la segunda fase, son todavía más incómodas que las
incertidumbres de la primera fase, sobre todo, cuando uno descubre
que estas evidencias no son de manejo público.

En ese momento se desata el verdadero amontonamiento, cuando
uno, ante la posible eventualidad de estar equivocado, no
hace más que chocar contra nuevas evidencias que confirman su
hipótesis. Entonces, sin darse cuenta, el amontonado empieza a
entrenarse en una verdadera tarea de evangelización del mundo,
que puede durar hasta la hora en que se apaga la luz y la víctima intenta
conciliar el sueño. Entonces ya sólo debemos padecer las últimas
embestidas y confiar en que a la mañana siguiente, los síntomas
hayan desaparecido.