domingo, 12 de agosto de 2012

miércoles, 8 de agosto de 2012

jueves, 2 de agosto de 2012

martes, 10 de julio de 2012

La sala de espera

Creo que escribir es una de las pocas cosas que es mejor no hacer desde el principio. En general, no se me da bien empezar nada por el principio, y reconozco que a veces este no es el hábito más recomendable. Aunque tampoco sabría decir si se trata de una costumbre, o si en el fondo son las cosas mismas las que no empiezan por el principio sino que se enredan ya mucho antes de eso y una acaba por enredarse en ellas. Lo malo es que no todo el mundo es igual de comprensivo en este punto, y por eso hay tantos escritores que no entienden que cómo un libro puede llegar a prescindir de cualquier principio y hasta de un final.

Sí. Lo ideal siempre sería leer los libros desde el principio y acabarlos al final, es decir, cuando ya no quedan más letras. Pero a mí esto me parece tan insólito como las parejas de novios que celebran su aniversario. Siempre me pregunto cómo lo harán, porque ya no se trata de recordar una fecha (y no se lo puedes preguntar a tu madre), sino que esa fecha tiene que coincidir con la de tu pareja, y en qué momento puede alguien saber que aquel y no otro es uno de esos momentos a distinguir entre los demás y por supuesto del anterior. Es decir cómo es posible saber que lo que ocurre, va a tener ninguna importancia dentro de un año. Además que una no puede saber si está enamorada, eso es como quien coge una gripe, hay que esperar a que aparezcan los síntomas. Nunca se sabe. Yo por lo menos no suelo tener ese tipo de revelaciones, y bueno, seguramente he podido tener la sospecha pero probablemente ya era demasiado tarde, y el nudo en la garganta me apretaba lo suficiente como para ponerme a pensar en el calendario.

Pero lo cierto es que muchas parejas de novios tienen su aniversario, con lo cual a una ya no le sorprende que los libros empiecen por el principio y terminen por el final. Aunque de todas formas escribir las cosas desde el principio hasta el final, no me parece que sea la mejor actitud para un escritor. Porque uno nunca puede imaginarse la variedad de imprevistos que a diario pueden sustraer a cualquier lector de las páginas de un libro. De lo que sí estoy totalmente convencida, es de que no hace falta irse muy lejos para que ocurran cosas raras.

Ayer. Voy a salir de casa, meto un libro en el bolso y me pinto los labios. Y al salir pienso: "Mejor, me voy a poner un sujetador", voy a por él (cuando piensas por segunda vez hay muchas más probabilidades de que las cosas se descontrolen, es como con los exámenes de la autoescuela, lo mejor es no pesarlo dos veces) y la segunda vez digo: "...si me quito la camiseta la voy a manchar de pintalabios." y decido, bueno pues primero por aquí... luego de este lado...Y me doy cuenta de que la cosa es más complicada de lo que me imaginaba, porque este tiene las tiras para que se crucen atrás. A ver, pues paso a paso (aunque ya he dicho que esta no es una de mis mejores virtudes) y con cuidado. Vale, guay y ya me voy a abrochar pero la cadena que llevaba en el cuello no me dejaba.

Y cuando voy a apartar la cadena, aquello simplemente no cuadra. Entonces miro bien y ya me pongo a sudar. Por ponerlo de la forma más sencilla, si es usted capaz de imaginarse un torso corriente con sus dos brazos y un cuello, el cuello debe de llevar un collar medio largo, ahora sólo debe de intercambiar el brazo derecho por el collar. Es decir que la cadena momentaneamente ocupa la posición del brazo derecho y que el brazo derecho se ha colocado como haciendo una brazada alrededor del cuello. Vale, pues en ese caso no tenía ningún problema. Pero ahora imagine que el torso anterior lleva puesto un sujetador y después devuelva el brazo y el collar a la posición inicial. Pues más o menos en esas me encontraba. El sujetador no me lo había puesto, pero aquello tenía mucho más mérito porque la cadena, el sujetador y la camiseta formaban ahora una especie de cinta de Moebious algo inquietante. Y como la cadena no tenía broche y había que quitarla por la cabeza, lo más difícil iba a ser quitarme cualquiera de las tres cosas sin quitarme las otras dos, y las tres a la vez no cabían por el hueco.

Llegado este punto lo mejor que podía hacer era sentarme y reflexionar, porque si no tomaba una decisión rápido mi futuro más inmediato no era demasiado prometedor. Lo único que estaba claro era que en el momento en el que yo misma no formase parte del nudo todo iba a ser más fácil. La cabeza no me la podía quitar y una vez descartada la opción de la cabeza, sólo me quedaba tratar de quitarme de alguna forma la cadena. También podía romperla pero en el fondo aquello del escapismo empezaba a tener su punto.

Los nudos es lo que tienen, que aflojas de un lado y se aprietan por el otro. Y claro, pues una se entretiene. Definitivamente no iba a llegar sólo un poco tarde. Hubiera llamado por teléfono para avisar que no llegaba, pero pensé que lo mejor iba a ser no dar muchas explicaciones. Normalmente suelo dedicar unos cuantos minutos a cosas absurdas antes de salir de casa, pero esto ya había perdido totalmete el sentido.

Pues eso...Supongo que a estas alturas nadie seguirá leyendo, pero si es usted una de esas excepciones yo en su lugar habría perdido cualquier esperanza de encontrar un final decente. Y lo cierto es que no puedo decir cómo, pero tampoco resultará demasiado difícil imaginarse que en algún momento conseguí desenredarme y que el resto posiblemente traté de hacerlo siguiendo el orden habitual.



viernes, 6 de julio de 2012

Por qué Esperanza Gracia debería dirigir el mundo



 Las cosas no pintan demasiado bien últimamente. Las palabras se han vuelto raras, y cuando las palabras son raras, las cosas no van nada bien. No hay más que entrar en cualquier bar, poner la radio, ir a una comida familiar, da igual, en cualquier circunstancia, tienes altas probabilidades de que te asalte una de esas palabras raras. Todos las escuchamos aunque la mayoría no tenemos ni idea del significado. Pero son contagiosas y uno no debería de extrañarse si de pronto se encuentra a sí mismo hablando de la prima de riesgo, de valores bursátiles,...etc. Las cosas han cambiado, antes uno podía permitirse el lujo de decir: “A mí la política no me interesa”. Qué tiempos aquellos, la verdad, porque a día de hoy más que no interesarte, te jode. No encuentro otro término más oportuno.

Por no hablar de la cantidad de siglas que se escuchan por ahí. Entre el PIB, el IPG, el IMG, el FMI, o el IBEX uno ya no sabe si estamos hablando de algún dispositivo nuevo de de Apple, de un modelo de impresora, de un festival de música, de una extensión de archivo, de un nuevo planeta o del perro del vecino. 

Pero eso no es lo peor que le puede ocurrir a las palabras, las palabras nacen, crecen, se reproducen y mueren. Y mueren de muchas maneras, algunas mueren por sobredimensión, es decir que mueren cuando su significado puede ser cualquiera menos el que es. Basta con observar lo que ocurre con la palabra “cultura”. La “cultura” se está volviendo todo menos eso. Todo empezó con una letra mayúscula, probablemente desde que a la cultura se le puso una “c” mayúscula por delante y se convirtió en “Cultura” inició un proceso letal por sobredimensión. Desde entonces tenemos la “Cultura” y la “cultura”, y después empezaron a aparecer todas las demás “turas”. Y guste o no desde que los intelectuales se pasean por los pasillos de ministerios con mayúscula, su cultura dejó de serlo, y se volvió “Cultura”. Seguramente que desde que existe un Ministerio de Cultura, la oferta de “Cultura” sea mucho más amplia, los periódicos pueden llenar su sección con turas mayúsculas para todos los gustos, y la cantidad de catálogos de exposiciones se han hinchado de páginas con textos de introducción firmados por ministros o secretarios de estado de Cultura que raras veces alguien lee. Entonces nadie se quejaba, los intelectuales ocupaban las presidencias de las fundaciones y los programas Culturales se llevaban a cabo, además nunca faltaba una foto para la prensa con algún ministro inaugurando tal o cual evento.

Y parecía que todo iba bien, cada comunidad autónoma tenía su Museo de Arte Contemporáneo, aprobado bajo decreto ley incluso antes de tener ni siquiera una colección, pequeñez que se solucionaba nombrando a un comité de expertos para que en 5 años cuando el museo estuviera en pie hubiese algo que enseñar. El mundo era bonito y la “Cultura” rebosaba, cualquier pequeño conflicto se solucionaba con una baronesa encadenada a un árbol y fuera. 

Primero fueron los “Ministerios de Cultura”, después los programas de “política cultural”, que viene a ser lo mismo que eso que hoy se llama “cultura de la subvención” (lo que no sé en este caso es cuál de estas dos palabras lleva la mayúscula: cultura o subvención). A mí personalmente me da igual que sea un banquero o un político el que inaugure tal o cual evento “Cultural”. La razón es que dudo mucho que desde que se le puso una mayúscula por delante a la cultura, podamos decir que la cultura con minúsculas sea de mejor calidad. Desde entonces sólo se ha hecho “Cultura” para baronesas, árboles y sobretodo para turistas. Las instituciones no son buenas, y la cultura institucionalizada simplemente da asco, la patrocinada será todavía peor, pero por lo menos fomentará la evasión fiscal. Y nunca se sabe.

Para mí el problema no es si subvención o mecenazgo, y para evitar más palabras raras simplemente diré que el problema es que la gente ya no se cree una mierda. Ese es el verdadero problema, y no es nuevo. Desde hace mucho tiempo que la “Cultura” se olvidó de la gente y se vistió de chaqué. 

No es tan difícil que la gente crea, básicamente lo que yo entiendo por cultura es una promesa que nunca se cumple. Lo más importante es que toda cultura es en sí inútil. Y claro que existen personas que todavía consiguen que uno siga creyendo en algo inútil que sabe que nunca se va a cumplir.

Si Esperanza Gracia fuera ministra de cultura otro gallo cantaría, estoy convencida. El horóscopo de Esperanza Gracia es uno de los últimos reductos culturales que sobreviven en este país. Esta mujer siempre tiene buenas noticias para todos los signos, no importa que estés en la última posición. Siempre que uno ve su programa se lleva consigo la certeza de una semana llena de amor, trabajo, y dinero. A quién le importa el desempleo, las hipotecas o cualquier tipo de desgracia si Saturno se encuentra con Venus. Puedo imaginarme a esta mujer en medio de un tornado asegurando a toda la comunidad mundial desde Capricornio a Sagitario que todo va guay. Y esto tiene mucho mérito porque la mayoría de las predicciones que se escuchan últimamente son malas, pero eso es muy fácil porque todo el mundo sabe que hay muchas más probabilidades de que las cosas empeoren. Y si a mí me dan a elegir prefiero mil veces una predicción de Esperanza Gracia que una real. 

Además si eres piscis, automáticamente te conviertes en “mi queridísimo piscis”, y si uno piensa en todos los méritos que tiene que hacer para que el vecino te diga “querida”, sale mucho mejor ser piscis y ver el programa de Esperanza Gracia.

Pues eso que si esta mujer se presentara para ser ministra de cultura, yo no lo dudaría. Y tiene sentido porque ya conocíamos la formula de “vamos a cambiarlo todo para que todo siga igual”. La nueva fórmula es “vamos a cambiarlo todo para que todo siga peor”. Pero yo desde luego prefiero la de Esperanza Gracia que sería algo tan sencillo como: “mejor no hacemos nada y que todo se vaya a la mierda por sí sólo”.

martes, 29 de mayo de 2012

lunes, 28 de noviembre de 2011

Lista de la compra



Tierra para las mancuspias (importante),

chubasquero para el Chango,

un guante blanco, sólo uno,

arena para el gato,

viento caliente del amanecer (el de la caja marrón)

y un concierto para batuta, (si no queda pídele un minuto de silencio)...